Manifiesto matriota

Prometamos cualquier cosa, con tal de que sea en vino o en vano, sabemos de la dulce condescendencia de las madres.
Abracemos todos los regazos, humidifiquemos todos los vientres siempre al amparo de la ancha y venturosa piedad maternal.
Despreciemos las banderas, la rijosidad pedrestre de la tela, una bandera es sólo tela,un tacto rasposo de rasposidad.
Por lo tanto, sí, palpemos divinos la ólea textura del mar de placenta uterino: el útero es la única bandera posible, una bandera de agua, calma y silencio.
Remuneremos cualquier clase de terneza, de dulzura, desechemos la acritud, a no ser que venga del sabor del whiskie o la cerveza.
Ensordezcamos los himnos, si nos dejamos arrastrar por la hipnosis de su tantaratrán rítmico, tal vez nos llegue a sugerir algo la sorda marcialidad de los desfiles militares .
Recordad que las madres lloran y maldicen cuando sus hijos son enviados a la guerra. Mientras los padres envarados de deber esgrimen el pañuelo con orgullo cuando sus hijos son taraceados en el matadero.
Abominemos, pues, la épica bélica, sólo tenemos 5 litros de sangre en el cuerpo, el único “fragor”, el único “fervor” que nos interesa es el “fragor uterino”, y no el de la batalla.
Nuestra única fe de armas, que proclamamos, es la pertenencia al batallón de artistas, nuestra guerra contra la atonía, la abulia, el hastío, el aburrimiento, el conformismo, la indiferencia, la desesperanza, el desaliento,el chismorreo, la mojigateria, la hipocresía y otros fantasmas de ciudad de provincia.
En cuanto a la táctica militar preferimos la guerra de guerrillas, el valor y empuje de unos pocos impuros y elegidos, ataques rápidos y selectivos como sarpullidos contra un ejercito infinito y monolítico, pero que ha perdido la esperanza porque ya no sabe del valor y peso de las palabras.

Rafael López,
Moros Ontinyent 2006